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A la luz se la reconoce porque sus pruebas de existencia son partículas y ondas a la vez. Tan físico como sutil, como un cuerpo, como una vida. A la luz se la reconoce porque en su recorrido pierde los orígenes, siendo sólo la proyección llena de inercia de un pasado. La luz la reconocemos cuando desplaza la oscuridad, empujándola alrededor de la llama de una vela. Ahora ya no hay tantas velas, ahora la luz la reconocemos rasgando la oscuridad o haciéndola blanca hasta creer que sólo fue una quimera de nuestra mente. Hay tanta luz que realmente se nos olvida la oscuridad y cuando la vemos nos parece extraña y ajena, y se nos antoja como la primera prioridad hacer desaparecer eso.